sábado, julio 09, 2005

La leche virgen

Cada vez que me enfrento a estas letras imagino un manto de leche virgen a punto de ser quebrantado y violentado por una gota que antecede a la tormenta que sólo mis manos pueden provocar en ella.
No son muchas noches como éstas que decido recluírme y escapar de la urbe, de mí misma, de mi departamento urbano para recluirme en la casa del campo.
Fría, me encierro en la pieza dispuesta dejar correr el licor por mis venas para borrar con él una semana llena de imágenes agresoras, galopando a un ritmo descontrolado por mis neuronas.
Y la única conección que elijo se enciende como un parpadeo, y esta vez, una invitación.
Gordita rica, muñeca del mar. Que te he visto desnuda por ahí, flotando en el desconocido mar Mediterráneo.
Qué risa. Mi cuerpo produce algo en alguien.
Pero es más que eso.
Es, incluso, más que un halago.
Es la carcajada que esperaba durante todos estos días, de regocijo; el divertimento romano.
Yo, una musa inspiradora de fantasías sexuales.
Ni todas las noches solitarias con el Marqués, ni el humo del hachís y las burbujas de la champaña; los sueños descontrolados inconfesables han podido provocar reacciones en mí como las que pedantemente puedo estar ahora imaginando yo en otras personas en este segundo.
Qué calor.
Qué provocación tan insolente sin invitación. Oh, perdón queridos amigos. Con invitación. Pero eso fue solo parte del juego de ustedes, y yo sólo fui un instrumento para el placer a recuperar.
Quién pudiera disfrutar de la piel como del aire puro, recorrer los olores con la tranquilidad y el fervor de quien sabe esperar con el ansia de una gota de sudor que recorre la entre pierna para llegar, no al punto final, sino al punto donde comienza todo.
Felices son los que lamen, esta noche, los jugos de los gemidos y bailan candentes a los ritmos frenéticos de la masturbación mutua.
Esperar y contener el aliento hasta quedar mudos para regalar el absoluto silencio de un éxtasis que se repite en estallidos llorosos.
Movámonos, estrújame, mátame, resucítame. Chúpame, trágame, muéleme, succiona mi sangre y hazme renacer.
Los adoro.
Yo seguiré en el campo con mis pies fríos escribiéndoles, mientras ustedes me hacen recordar a mi Marqués.
Y muchas gracias por la invitación.
El licor dentro de sus venas me ha honrado.

Dedicado a Jean Claude y a Marcela