lunes, enero 17, 2005

Vino, dolor , quesos y esperanza en la ciudad de las luces


Con la maleta cargada de esperanzas y la mochila de cigarros me subi a un avion de descuento junto a Isidora y Javier.
Tomas nos fue a dejar y muertos de frio comiendonos unas gomitas con forma de boca y cocodrilo volamos durante un poco mas de una hora a la ciudad de las luces.

No se nos ocurrio mejor idea que seguir a una encantadora francesa(inusual) porque tomaba el mismo bus que nosotros, asi que la seguimos al baño, a informaciones y hasta al paradero. Congelados, tomamos el perfumado metro parisino, la Isi con sus rollers desperto al lejano barrio donde dormiriamos.
Las casas no eran como yo imaginaba a la campiña francesa, aquel barrio con cara de pueblo muerto y dormido, casas y patios grandes con "chien lunatique".

Nos abrio la puerta de una especie de sotano una mujer con el pelo desordenado desde la nuca, largo, pero como si tuviera la almohada pegada en el mate hace años. Sus ojos saltones y su escualida sombra de cuerpo nos guio hacia una habitacion perfectamente armada con 2 camas, tres vasos, un jarro de agua y una guia sobre Paris.
No puedo recordar si comimos o no, siempre eran sandwiches con 15 tipos de quesos y un salame que mas bien parecia un falo de marmol cafe.

Si alguien espera que llegue la Tercera Guerra Mundial y que su comuna sea la primera que invadan, no hay mejor bunker que la bodega de esa familia, preparada para alimentar a un regimiento y con el suficiente alcohol para desinfectar las heridas de Africa, pero este era para tomar lo suficiente cuando uno se entera que le quedan pocos dias de vida.
Esa noche el cansancio vencio nuestras pupilas (el bromazepam siempre oculto) y me parecio que ese colchon era el Utero de la Virgen Maria, lo que me hizo enredarme en Javier y dormir como una muerta.
Ni la ansiedad de mi cita al Hospital ni el hambre pudieron despertarme temprano; esa pieza del sotano estaba forrada con unas persianas de madera y que mas bien parecian tapiar el lugar que protegerlo del frio, de manera que la luz no fue una señal del dia.
Como buenos allegados, solo uno de los 3 se ducharia (Javier), tomamos desayuno y tuve el displacer de conocer a la francesa dueña de casa. Su lengua fuera de control, y su mirada cinica me obligaban a comportarme como una hipocrita mas y escuchar con una fingida atencion la vida de sus vecinos mientras pensaba en los peces del Mar Muerto.
Con la Isidora arriba de los rollers tomamos el tren para Notre Damme, y mientras mi hija lloraba porque no encontraba al Jorobado, yo lloraba de cansancio y me hinque cual victima de la lepra a pedir por mis neuronas desfallecientes.
20 cuadras parecieron una eternidad y el imponente edificio del año 1400 me puso la piel de gallina, mas bien parecia una gran morgue que una sanador de cabezas.
Pero fue una morgue para mi, las manos sudorosas que temblaban (revolviendo mis antecedentes) del medico y sus ojos incredulos pidieron mi hospitalizacion inmediata, que el seguro social no cubriria de inmediato.
Con el bolsillo y el alma pobres nos devolvimos al sotano que nos esperaba y una botella de vino relajo nuestras pupilas nuevamente.
El dia siguiente tendria que ser, entonces, un circo citadino para Isidora y sus patines. La Torre Eiffel, un patinaje sobre el charco de agua que cubria el hielo, y un paseo en Yate por el Sena hizo que olvidara por unas horas quien realmente era, y me sumergio en una epoca romantica de sueños sobre puentes, estatuas de oro y Edith Piaf.
El sueño se acabo a la mañana siguiente, cuando los dueños de casa nos desalojaron con la misma frialdad que guardaban en ese sotano, ahora, solos en Paris, y sin conocer a nadie, debiamos buscar una nuevo sotano.
De lugar en lugar buscando internet terminamos en la estacion Luxemburgo, ametrallando llamados de auxilio por email y buscando conocidos de conocidos.
Cuando nuestros cartuchos se acabaron, nos juntamos con Jean Francoise, amigo de Javier por el futbol y , que, raramente, era primera vez que se veian las caras.
Buscamos una Brasserie donde un par de cervezas calmaron mi incertidumbre durante un rato, hasta que obtuve un nombre y un numero de telefono de una chilena viviendo en Paris; la llamamos de inmediato y su convincente voz nos decia que no sabia ni si quiera quien nos habia dado el numero.
Indignada por un telefono publico, obligue a mi madre a ser madre y a llamar a la chilena de Paris.
Esa noche, fue la incertidumbre la que cerro mis ojos, ahogada en un vino tinto y un pan con mantequilla.
Hicimos las maletas con convicion alegria que mismo dia saldriamos de ese sotano para no verlo nunca mas el ni a la desgarbada y egoista fuma pitos ni a su madre hipocrita.

La alegria nos llevo al Palacio de Versailles, con sus oros levantando muros y las camas tapizadas con bordados brillantes.
Los salones habrian alojado a todos los pobres de Chile comodamente, pero habrian tenido la obligacion de asistir a la ceremonia de adormecimiento de Luis XIV, y a los partos de su esposa. Lo que me hace imaginar un asado al palo para celebrar cada acontecimiento y con un pebre bien cuchareado.

Quien quiere ver a Luis XIV, el rey mas feo y pedante retratado en mas de 50 cuadros? Habrian puesto a una mujer sabrosa mostrandolas tetas y calendarios dignos de un camionero. Que risa.
Bajamos a los jardines de Palacio y nos perdimos en un bosque, hasta que la casa del jardinero, que ahora funcionaba como restoran, sacio nuestra hambre de compañia. La vuelta fue oscura, habian cerrado Palacio y el Rey no dejo suficiente dinero en la Corona como para iluminar el camino, eso nos dio 45 minutos de caminar por un bosque lodoso y oscuro, nos tomabamos de las manos para avanzar cuando el cansancio nos vencia.

Cuando logramos salir del Reino, nos dimos cuenta que estabamos a 10 cuadras de la puerta de Palacio, nuestro punto de partida, asi que mis bototos con dos miserables cordones que apenas afirmaban mis pies comenzaron a correr a la estacion para tomar el tren, recoger las maletas y mudarme a nuestro nuevo sotano.
Mi mano tironeaba a una Isidora jadeante y quejumbrosa, hasta que cayo al suelo sin aliento y sin poder pararse.
El genio de Javier solo lo motivo a mostrarle los dientes y a caminar solo.
Yo la subi en mis espaldas y segui corriendo, feliz, porque ya veia la estacion de trenes.
Los adoquines bajo mis pies los habia pisado Luis XIV , pero el me dejo uno en especial para mi: lo saco para que yo no lo pisara. Mi pie izquierdo se doblo para la izquierda, luego para la derecha, e inexplicablemente se doblo hacia al frente.

Mi cara ya estaba en el suelo y mi hija encima mio; y yo, con mi fuerte instinto maternal, la saque de un aletazo hacia un lado porque su peso se me hizo insoportable.
Mi garganta aullaba de dolor pese a mi dignidad (que para ese entonces ya no existia) y en mi rescate llego un medico (caido del cielo, aulle yo) pero me tomo el pulso y se fue. PLOP.

En fin, conoci a los Pompiers, grupo de buenmozos holgazanes que me cubrieron con una elegante frasada de celofan dorado, y me subieron a una estrecha ambulancia como si subieran a una vieja feriante a la Matadero Palma.
Me fui gritando mas fuerte que la sirena de la ambulancia, pero pese a la pelota de futbol negra que nacia de mi pie, la insulza enfermera que me reviso, con una cara de "por favor, disculpeme por atenderla yo" me aviso que el pomposo Hospital de Versailles carecia de yesos, por lo que me darian dos paracetamoles (una droga fuertisima que usan en Europa) bajo la lengua y me llevarian en ambulancia, y sin maletas, a mi nuevo hogar.
Si el Hospital de Versailles no tiene yesos y solo paracetamoles: de que se puede quejar el Calvo Mackenna o el Barros Luco? Estamos a la misma altura que los hospitales donde acudia Luis XIV y Maria Antonieta, lleno de borrachos en el pasillo y con enfermeras de primer año haciendo de doctores. Porque a uno de esos no tuve el placer de conocer.
Como la suerte me acechaba ese dia; la ambulancia la manejaba nada mas y nada menos que el mismisimo Teniente Bello, con facha de normando y lenguaje de troglodita, nos paseo por cinco pueblos primero antes de llegar a nuestro nuevo sotano, yo ya pensaba que me esperaban con escopeta (gracias a la hermosa e inolvidable experiencia anterior) pero despues de sentir una patada en la cueva (de parte del troglodita) para subir las escaleras, vi un par de rostros amables y sonrientes que no nos indicaban la cava como habitacion, sino un agradable segundo piso con tragaluz, lleno de libros chilenos y una cama que parecia una nube del cielo.

Una chimenea en el living, un viejo labrador durmiendo, un cigarro en el frio, un cocktail de ravotril y vino hizo, no que me durmiera, sino que dejara dormir a Javier y a Isidora absteniendome de gritar de dolor, con lo poco de dignidad que me quedaba.Los dias siguientes fueron familiares. Ivonne, la dueña de casa, gritoneaba a su hija como una italiana en plena opera, lo que me hizo sentir como una amorosa y dulce madre con Isidora.

Michel, su marido normando, nos inundaba de quesos Pont L'ebeque y vinos fuertes que alegraban mi espiritu sibarita.
Todos nos duchabamos y yo me dedicaba feliz a hecharle maderas a la chimenea que me recordaba la enorme casa de mi abuelo en La Reina.
Al frente habia una hermosa laguna con patos y cisnes que le mordieron las piernas a Isidora cuando les fue a dar pan.

Draveil era un pueblo chico, a las afueras de Paris, con zorros y ardillas (que se suponia que estaban ahi pero que nunca vi), absolutamente cojeable (no caminable) y con un "Palacio" que era solo como una casona de El Golf.

Javier decidio "limpiar" el computador familiar, con lo que lo hecho a perder y dejamos a la familia una semana sin el. Pese a eso no se enojaban, no se les movia una pestaña , y con Ivonne tuvimos la oportunidad de contarnos nuestras vidas con 3 cigarros una noche en la terraza con 3 grados bajo cero. Ella le tenia miedo a la vida perfecta que llevaba, y yo amaba con locura mi vida imperfecta.

Fuimos al Louvre, yo en silla de ruedas, pero con la cara de Isidora al ver los cuadros y buscar los codigos ocultos ya puedo suicidarme en paz. El olor a oleo, y las innumerables pichulas greco-romanas que quedaban a la altura de mis ojos en la silla de ruedas, un cafe con vista al patio central del Museo, y la inmensidad de espiritus que sentia pulular a mi alrededor, hicieron que mi silla de rueda se transformara en la alfombra magica de Aladino, y corria por los pasillos como en una maraton para invalidos, feliz de no chocar con nada y de atropellar a muchos.
Afuera llovia y nos esperaba una amiga de Javier, Carolina, asi que meti mi pie tapado con un calcetin en todas las pozas de Paris, o charcos de pipi, bastante comunes en las calles.
En una Brasserie bromeamos sobre el dinero con el que ella debia vivir en Paris, y nos fuimos al metro, a la gran estacion de Chatelet (donde coinciden 10 lineas, pierdanse por favor) pero yo en vez de perderme, perdi mi mochila.

Lo malo fue que cuando me di cuenta, ya estaba en Gare du Lyon. Asi que nos bajamos corriendo, perdon, cojeando-corriendo, hasta encontrar a la Policia que miraron a Javier como diciendole: "Y usted, con esa cara de arabe se atreve a hablarme?" .

Tomamos el tren de vuelta, de nuevo la policia xenofoba y la central de informaciones. Mi mochila.
Una negra grande la dio vuelta para revisarla: mi chequera chilena, todas las tarjetas de todas las tiendas pichiruchas de mi pais, un pan de chocolate, cigarros, boletos, remedios, chicles, fosforos y una bufanda.
Era tan tarde la vuelta, pero no nos impidio descubrir a la ciudad bajo la ciudad, aquellos que viven en los pasillos laberinticos por donde pasan los metros que se juntan en Chatelet, el unico lugar de Paris techado, tibio y gratis.
El metro olia a marihuana, que ganas tenia de fumerme un pito al lado de la chimenea, tomandeome un Côte Du Rohn.

Los milagros existen, Michel e Ivonne nos esperaban en su Van a la salida del metro, preocupados por mi caminata coja. Pense en rezar, pero el vino nocturno hizo que lo olvidara. Espero que esta vez la intencion sea lo que valga.

Como agradecimiento, al dia siguiente les compre el queso mas caro que encontre y tres vinos (uno para mi, por supuesto) y un oso de peluche a la hija. Camine por el bosque oscuro tomandome una cerveza, que buena idea esa de poder tomar en la calle.


En la noche vino Carola a Draveil y nuevamente buscamos Brasseries, pero como Javier siempre abria la puerta, su cara de arabe nos exigia una reservacion previa, hasta que dimos con un restoran japones tan delicioso como caro.
El sake revivio mis fuerzas.
Llegue a casa y cuando baje las escaleras mi desgraciado hijo de puta pie se volvio a doblar y rode por las escaleras, pasaron 3 segundos de silencio mientras pensaba :"Ojala que nadie se haya dado cuenta de que soy lo suficientemente estupida como para caer otra vez". Pero en 3 segundos mas estaba con el pie en alto al lado de la chimenea.
Esa noche la pase con Javier en la cava, congelados, arreglando el computador familiar, con 820 spywares y 12 virus, decidi que me tomaria el vino del dueño de casa ya que el se habia tomado el mio.
Cuando se acabo el vino, se arreglo el PC.
Justicia es justicia, pense, y nos dormimos viendo Casablanca.

Al dia siguiente un avion nos saco de Paris con la sensacion de volver de una hermosa guerra, agotados, con batallas ganadas y pies y esperanzas mutiladas, cientos de fotos y vino corriendo por nuestras venas.
Tomas nos esperaba, fiel, en el aeropuerto, y nos acompaño a casa a seguir tomando vino, mirando en nuestras caras el cansancio y las ganas de hacer el amor luego de diez dias de abstinencia.
Los brazos de Javier me absorvieron.
Otra vez estabamos en casa.