lunes, agosto 01, 2005

Y esto era lo que faltaba por minarme las ganas.
Aunque mi abuelita me lo había advertido. Cristiiiiiiiiina, me decía. Uno no puede confiar ni si quiera en sus dientes. Y cuando se pierde el respeto, es lo último que perdiste. Ya no queda nada.
Se va el dinero, se va el amor, se van los hijos. Pero cuando perdiste el respeto, se fue todo y se cerrò la puerta de la casa por fuera. Mil veces. Como las tabalas de multiplicar. Me lo repetìa cada vez que almorzábamos.
Ay, por Dios, qué imbecilidad, qué estupidez, qué mal gasto de energía.
Y todo por hacer feliz a alguien, todo por ver sonreir a un alma triste.
Y creo que pese a que me den en el suelo, siento que pese a que me desangre mil veces intentándolo una y otra vez para lograr algo, una pequeña sonrisa, aunque sea de segundos de suspiros, aunque sea momentánea, aunque sea agradecida con ofensas y con gritos, yo simplemente no voy a cambiar.
Y no voy a cambiar porque siento que soy una persona buena. No soy una mujer mala.
Puedo tener todo lo que me digan.
Puedo fumar como carretonera de feria libre, puedo hablar como italiana en la ópera, puedo reírme hasta que se escuche en todo el país y bailar hasta el amanecer. Puedo hacer vibrar hasta la persona más amarga del planeta y tomarme una botella de pisco sour con una amiga sin que me dé vergüenza el mareo ni el prejuicio. WOW, qué pecadora que soy.
Por Dios, qué pecados cometo.
De verdad, prefiero caminar desnuda por la Alameda pesando 150 kilos que tapar mi moral de las personas por sentirme sucia y fea.
Yo me siento hermosa y auténtica; pero hoy estoy triste hasta la muerte.
¿Cómo me voy a negar a mí misma?
Jamás he actuado con el odio y la rabia necesaria para dañar a alguien; prefiero besar y abrazar, acariciar y amar; compadecer mil veces sin juzgar la responsabilidad que le cabe a alguien sobre sí mismo.
¿Que a qué vine a esta Tierra? ¿Y qué chucha sé yo? Sólo puedo seguir siendo honesta y decir que Dios no me dio el Don de juzgar a nadie pero sí la capacidad de ayudar a muchos; y no sólo la capacidad, sino también el deber.
Voy a seguir buscando la paz, voy a seguir buscando la alegría.
No sólo para darla, también para sentirla.
Y si me tomo una botella de pisco con mis amigos, si me fumo una cajetilla de cigarros en el intertanto, si me río de sobra, o ayudo a alguna persona sola que se duerme entre un basurero y un perrito espero ser tratada con el mismo respeto que si me comiera una ostia. Porque sigo siendo una buena mujer, y como no vine a juzgar a nadie a este mundo, exijo que no me juzgen como a una desconocida.
Exijo que no me ofendan.
Exijo respeto.
Porque yo abrazo y doy felicidad. Y si me equivoco, pido mis sinceras disculpas. Sólo el que las rechaza no posee la suficiente capacidad de amar a futuro.
Y en ese caso prefiero andar desnuda por la Alameda que seguir escondiendo absurdamente una forma de ser que no tiene otro sentido que evolucionar para ser y dar felicidad.
Quien me juzgue, no me ame.
Es verdad, la fuerza no está hoy en mi escencia; pero volverá. Como siempre, volverá.
Y yo volveré a fumarme la cajetilla, y volveré a recoger al mendigo y al irresponsable, y volveré a bailar y a reirme.
Pero para que eso suceda, debo primero vaciar mis ojos y mi espíritu.
Vaciar para volver a llenar. Llorar, llorar, llorar, olvidar.