martes, enero 25, 2005

Como agua para Minervois

Si hay algo que limpia en forma profunda y feroz es el agua cayendo vertical por mi pelo.
La euforia que me produce me tienta a caminar bajo los bordes de los techos de la Vieja Niza para no sentir las gotitas timidas en la cara, sino que para ducharme directamente del cielo.


No queria caminar despacito, queria quedarme parada regando mi espiritu, a ver si crece.
Nos metimos a un cafe a calentar mi sosten y mis manos con un capuccino, pero los puestos del Cours Saleya me producian una envidia terrible.
El ventanal era mi punto de fuga.
Con un poco mas de frio pelvico no pude convencer a la audiencia para continuar con mi placer egoista, asi que subi las escaleras de Cimiez para entrar al calor de mi departamento.
Mi hija parecia bailar tiritando, nos desnudamos y me eche sobre la cama pensando en mi proximo paso.
El agua otra vez, pero hirviendo sobre mi espalda entibio mi sangre de tiburon; mi pieza era un desastre y solo un cigarro en mi boca hizo que volviera a Tierra.
Me vesti como Cortazar, con la misma sensacion de infinito en un pantalon, y espere que se ordenara un poco mi vida para poder partir, otra vez y bajo la lluvia, a mi proxima cita medica.
Un mejor bus, un mejor Hospital, un medico mas curioso y mi siempre caracter de mierda con los delantales blancos hizo que la reunion fuera eterna, pero satisfactoria a mi curiosidad gatuna.
Es mejor asi: o tengo todos mis organos comprometidos, o me meten un taladro por la cabeza, que mas da, amo las drogas de los hospitales y ser calva no me asusta.
Asi que me devolvi con la mitad de mi pelo que se me habia caido durante la semana en una carpeta y miles de papeles en la mochila de Javier.
Pero la lluvia ya se habia transformado en una lenta, espesa y lujuriosa nieve (quien no quiere hacer el amor al lado de la chimenea?)
Hipnotizados, bajamos el cerro y me despedi antes para caminar sola.
Humedad, frio, y el vapor de mi boca me guiaron por las calles directo a una distraccion burguesa.

Por supuesto, mi vuelta de tanto cigarro que tiritaba conmigo fue con las manos llenas de paquetes imprescindibles: Minervois, Pont L'ebeque, y el nuevo color rojo de mi pelo.
Me encantaria esta paz en el centro de Santiago, pero solo se consigue a miles de kilometros; el agua de la Acropolis no saltaba, y yo no rode en la mitad de la caminata (todo parece ser un presagio de que ahora las cosas saldran bien).
Asociaba esta caminata con las de mis 15 años, cuando nadie me acompañaba por las siempre mas de 20 cuadras a cualquier reunion, y yo, ya desde entonces, fumaba como carretonera de feria libre.
En nuestro departamento Javier vacio el Minervois en el decantador y encendio mi cigarro mientras yo calmaba por telefono una de las miles de pataletas de mi madre.
"Por que andas sola a esta hora? Por que Javier no me quiere contar tus cosas? Por que me quieres hacer sufrir?"
Por un momento me senti Humphrey Bogart frente a una niñita histerica que balbuceaba llorando, pero como ya crie a una hija, y conozco las pataletas, solo colgue y agradeci estar a miles de kilometros de ella.
Me tome el Minervois y los nuevos remedios que Javier ya me habia comprado, deje el Ravotril para el final como una sobredosis de opio imprescindible.
Me tiritan los ojos, se me nubla la vista y sospechosamente espero que vuelva a caer el agua de la mañana, pero esta vez, en mi cama.